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Paso por encima de ropa, zapatillas, zapatos, una mochila, libros, almohadones, muebles y llego al lugar donde puedo quedarme a mirar. Allá está ella, como todas las noches. Su pelo brilla con la luz de la lámpara, su rostro cambia al ritmo de la música que está escuchando. Con sus ojos cerrados mueve la cabeza, haciendo vibrar esos mechones que tanto me gusta acariciar mientras duerme. Sus manos de dedos largos hoy reposan en su pecho. Cuántas veces tuve que esquivarlas para que no me lastimaran? Y es que ella no sabe de mí. Soy un fantasma, que tiembla cuando sus ojos se fijan en mí, y llora porque sus ojos no pueden verme. Sin embargo, aprendí a ser feliz, observandola, adorandola desde lejos, robandole caricias cuando duerme, recordando cada una de sus expresiones. Pero ahora la mañana llegó, es hora de volver a casa: ¡Hasta mañana, Law!

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