Albert tenía un discurso que le había escrito su máquina de escribir discursos, pero por alguna razón no lo empleó. Lo hizo por sí solo, lo que acabó en desastre. ¡Se puso en pie cuando le presentaron y tartamudeó soltando tonterías!
- Ah... Sólo la ostra enferma produce nácar- dijo, y todos le miraron boquiabiertos. ¿Qué forma de empezar un discurso era ésa?-. ¿O me he equivocado de criatura?- preguntó Albert con un hilo de voz.
>>¡Eurema no tiene este aspecto!- croó Albert y apuntó de pronto al trofeo-. No, no, ésta no es ella. Eurema camina hacia atrás y está ciega. Y su madre es una mole descerebrada.
Todos le miraron con expresión de dolor.
- Nada se eleva sin levadura- intentó explicar Albert-, pero la levadura en sí es un hongo y una enfermedad. ¡Todos vosotros sois normales, espléndidos y supremos! Pero no podéis vivir sin los diferentes. Moriríais, ¿y quién os diría que estáis muertos? Cuando ya no quede nadie necesitado o incapaz, ¿quién inventará? ¿Qué haréis cuando no quede ningún discapacitado? Entonces, quién hará subir vuestra masa?
- ¿Está indispuesto?- le preguntó en voz baja el maestro de ceremonias-. ¿No debería terminar? La gente lo entenderá.
- Claro que estoy indispuesto. Siempre lo he estado- dijo Albert-. ¿De qué iba a servir sino? Vosotros fijasteis el ideal de que todos debemos tener buena salud y estar bien integrados. ¡No! ¡No! Si todos estuvieramos bien integrados nos anquilosaríamos y moriríamos. El mundo conserva la salud precisamente gracias a las mentes insanas que se esconden en él. La primera herramienta fabricada por el hombre no fue un rascador, un hacha o un cuchillo de piedra. Fue una muleta, y la no la inventó un hombre sano.
- Quizás debería descansar- dijo en voz baja un funcionario, porque tonterías incoherentes como aquéllas jamás se habían oído en la cena de entrega del premio.
- Sabed- dijo Albert- que no son los buenos toros y el ganado espléndido el que abre nuevos caminos. Sólo un becerro tullido sigue un sendero nuevo. En todo lo que sobrevive debe haber un elemento incongruente. Eh, ¿saben el de la mujer que dice: <<Mi marido es incongruente, pero nunca me gustó Washington en verano?>>?
Todos le miraron con estupor.
- Es el primer chiste que cuento- dijo Albert sin convicción-. Mi máquina de inventar chistes los cuenta mucho mejor que yo.- Hizo una pausa, abrió la boca y tragó aire.
>>¡Estúpidos!- prosiguió luego con furia-. ¿A quiénes usaréis como imbéciles cuando todos nosotros hayamos desaparecido? ¿Cómo sobreviviréis sin nosotros?
Albert había terminado. Boqueó y se olvidó de cerrar la boca. Le llevaron de vuelta a su asiento. Su máquina publicitaria explicó que Albert estaba cansado por el exceso de trabajo y luego entregó copias del discurso que se suponía que Albert tendría que haber pronunciado.
Había sido un episodio desafortunado. Qué nauseabundo es que los innovadores nunca sean grandes hombres y que los grandes hombres no sirvan para nada más que para ser grandes hombres.
[...]
- Es un mundo que ya es demasiado bueno para que yo siga viviendo en él- dijo Albert-. Todo y todos son perfectos, y todo es igual. Están en lo más alto del montón. Lo han ganador todo y lo han dispuesto todo a la perfección. En el mundo no hay sitio para un desordenado como yo. Así que me voy.
- Jefe, tengo el presentimiento de que no lo estás mirando bien. Míralo mejor. Míralo de nuevo, con verdadera astucia. ¿Qué ves?
- Presentimientitos, Presentimientitos, ¿es posible? Realmente es así? Me pregunto por qué no me he dado cuenta antes. Pero así es, ahora que me fijo.
>>¡Seis mil millones de incautos! ¡Seis mil millones de incautos sin defensa de ningún tipo!
La Madre de Eurema - R.A. LaffertyLabels: Law's Amazing Copy Paste
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Seis mil millones de incautos"
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